1.
El proletariado únicamente actúa como clase revolucionaria a condición de constituirse en partido político independiente. Independiente significa, y sólo puede significar para un marxista, independiente de la burguesía. Una actividad de este tipo se constituye, pues, sobre la base del deslinde con las formas propias de la sociedad burguesa en toda su amplitud ─relaciones de producción, relaciones sociales e ideas que brotan de dichas relaciones. La crítica revolucionaria prepara así las condiciones intelectuales de la revolución proletaria y va cristalizando como teoría de vanguardia, esa forma específica de comprender, ordenar y racionalizar el proceso revolucionario como obra histórica independiente.
Esta obra histórica, que empieza con la revolución de Octubre, sólo puede medirse y reanudarse desde el punto de vista superior de su objetivo final, el comunismo, y de los escalones necesarios para recorrer ese camino. El pensamiento burgués es incapaz de situarse en este punto de vista porque está estructurado en torno a la noción del individuo como actor fundamental de la historia y la sociedad, y los fenómenos sociales complejos (como los partidos o las clases) sólo pueden ser pensados, a lo sumo, como suma de individuos, como un contrato entre los individuos. Esta es la concepción del mundo de todos los reformadores sociales que se dirigen, desde fuera, a los oprimidos con un programa político de reformas. El marxismo-leninismo, por su parte, es la única teoría que puede satisfacer aquellos requisitos porque sitúa en el centro de sus planteamientos a las clases como los sujetos históricos fundamentales, porque es la única concepción del mundo que fundamenta científicamente la misión histórica del proletariado (materialismo histórico y dialéctico) y porque permite integrar esta concepción en el desarrollo de su lucha de clase revolucionaria (teoría del Partido Obrero de Nuevo Tipo). Pero la teoría de vanguardia no existe en un mundo platónico. No se puede presuponer como continuamente igual a sí misma ni bajo la misma forma, porque entre sus exigentes condiciones figura la de su unidad con el desarrollo social, la de ponerse a la altura de su época como condición previa para revolucionarla. Esta contradicción se expresa tanto más vivamente en nuestro tiempo, en el que se ha roto la continuidad de la revolución y del pensamiento proletario, pero en el que, a su vez, nuestra clase dispone de una riquísima experiencia como clase revolucionaria, que abarca cerca de dos siglos.
Semejante longevidad acarrea los problemas que acompañan a toda tradición: la esclerosis, la fosilización del pensamiento marxista y de las soluciones circunstanciales que se dispusieron en un momento dado para impulsar el movimiento. Es sintomático del prestigio que tiene en su haber como única doctrina que ha encabezado un proceso consciente y planificado de liberación humana. Pero, en cualquier caso, el marxismo, la doctrina clasista del proletariado revolucionario, no es la forma de pensar la cuestión social hoy en día. Su lugar de referente social lo ocupa un sinnúmero de teorías burguesas y pequeñoburguesas. Sería ingenuo, e idealista, segregar lo primero de lo segundo, la reconstitución del marxismo como cuerpo coherente y racional de la recuperación de su lugar como referente intelectual y político a nivel social general, porque plantea por separado la solución revolucionaria de los problemas sociales y la construcción del movimiento político-social que debe llevarla a cabo.
2.
La habitual y estereotipada comprensión del marxismo como una teoría política ─es decir, como una teoría centrada en los problemas relativos a la dirección del movimiento─ no permite satisfacer los requisitos de la revolución en toda su amplitud. Hoy menos que nunca puede presuponerse una base proletaria desde la que construir inmediatamente movimiento revolucionario. Hacerlo sería negar la necesidad de la reconstitución del comunismo y la necesidad del Partido Comunista, pues se da por supuesto aquel instrumento que se pretende recuperar.
Pero esto es exactamente lo que sucede con la reducción del marxismo a una filosofía política, a un conjunto de tesis políticas más referidas a la conquista y dirección del movimiento espontáneo que a las condiciones para su transformación en movimiento comunista. En el plano ideológico, se expresa en la revisión de la tesis marxista que afirma que los sujetos son las clases y en su sustitución por la tesis espontaneísta que afirma que los sujetos son las masas, o las organizaciones político-sociales que se yerguen como sus representantes. Esto, hoy, es manifestación de una época en la que los problemas políticos que enfrenta la sociedad burguesa no son problemas históricos, sino expresión de su permanente girar sobre sí misma. No se juega en ellos la victoria sobre los modos de producción precapitalistas, ni tampoco un desarrollo civilizatorio alternativo. La política cotidiana ─tanto parlamentaria como extraparlamentaria─ pasa sin necesidad de referencias a la reorganización radical de toda la vida social, porque la tendencia de la sociedad burguesa a su propia auto-disolución no acarrea intrínsecamente el cuestionamiento revolucionario de sus bases. El fin del Ciclo de Octubre ha despejado, entre otras cosas, este persistente espejismo que tan caro ha costado al movimiento comunista.
3.
Para el proletariado comunista, la teoría se presenta como el primer elemento de deslinde con la burguesía. Para el oportunismo obrero, como cobertura ideológica de los distintos virajes que requieren las maniobras por entre el saturado mercado de la política radical. A la denuncia marxista-occidental de la idea de concepción proletaria del mundo, bajo la acusación de totalitaria, subyacía la repulsa a que la varita mágica de la ideología pudiese sancionar cualquier arbitrariedad. Pero no captaba que la noción de concepción del mundo expresa que una política de principios requiere que los principios no se sujeten a la política del momento, y que es la lucha de clases teórica (Engels) la que mejores garantías otorga contra la instrumentalización de la teoría revolucionaria en función de compromisos coyunturales y para su debida depuración una vez que las ideas adoptadas han dejado de corresponder a las necesidades de la lucha de clases revolucionaria. El combate contra la forma de cosmovisión en general era la expresión ideológica del agónico declinar de la lucha de clases revolucionaria del proletariado y el retorno a sus formas más elementales y básicas de resistencia, ajenas por su contenido a los problemas generales de la liberación humana. Hoy, barrido completamente el ideal de la emancipación social, la tendencia dominante en la vanguardia obrera es a encajar, adaptar, amoldar el marxismo a cualquier movimiento más o menos contestatario, sea sindical o de cualquier otra naturaleza, presuponiendo su “potencialidad revolucionaria” y encasquetando a la teoría revolucionaria la tarea de “actualizarla” mediante su adecuada “dirección política”. En otras palabras: la tendencia será hacia la reforma de un movimiento cuyas raíces y contenido de clase son burgueses, y hacia la liquidación del marxismo como doctrina clasista y revolucionaria, como plano de obras de un proyecto histórico propio e independiente (liquidación que políticamente se expresa como partido obrero liberal). La teoría queda condicionada por los imperativos de la urgente competencia con otros aspirantes a hegemonizarlo; el cálculo político desaloja cualquier referencia a su sentido último y su fundamento de clase y neutraliza su crítica radical. Por eso, en el plano filosófico-ontológico, la prédica y práctica del relativismo en materia de principios va acompañado de la atribución de sustancialidad revolucionaria al movimiento espontáneo por lo que es en sí mismo, de manera aislada del conjunto de relaciones sociales, de la historia y de la propia historia de ese movimiento. Dado que las tesis teóricas del marxismo y sus categorías (clases, revolución, conciencia, partido…) se refieren esencialmente al plano y punto de vista históricos, es comprensible que no pinten nada aquí, más que como sanción ideológica de una política adoptada de antemano e impuesta por las circunstancias. Todo ello es expresión de la tendencia, dominante en nuestra época, a la conciliación con la burguesía y al compromiso con las contradicciones que son parte constituyente, en su integridad, del modo burgués de producción.
4.
La apuesta consecuente por la recuperación de las bases independientes del comunismo, la Línea de Reconstitución (LR), no es ajena a este peligro. La Tesis de reconstitución del Partido Comunista ubicaba la cuestión de la reconstitución del Partido proletario en su correcto lugar, en el plano histórico, en el plano de la correlación de fuerzas entre el proletariado y la burguesía ─superior al plano político inmediato de la pugna entre los distintos grupúsculos de vanguardia por hacerse un espacio en el movimiento de resistencia. La Nueva Orientación, por su parte, delineaba los instrumentos adecuados para cubrir el tramo entre el estado subjetivo de la clase (derrota temporal y liquidación de la ideología proletaria) y los requisitos objetivos de la Revolución Proletaria Mundial (RPM), concediendo un lugar central a la reconstitución del pensamiento proletario como primera tarea política de la reconstitución del comunismo. Pero décadas de hegemonía del revisionismo, de educación de la vanguardia en el esquematismo y el dogmatismo, de trasiego del marxismo en una serie arbitraria de tesis políticas, presionan en la dirección de rebajar nuestras tareas formativas e ideológicas, de amoldarlas al estado de ánimo transitorio en el movimiento comunista (hegemonizado por el oportunismo) en uno u otro momento.
Esta presión tenía que notarse, tanto más, con el cambio en la dimensión de la reconstitución operado en 2011-2014. Aquel aumento en la escala de la reconstitución tendió a realizarse sobre la aceptación formal de la LR (tesis del Ciclo cerrado y Balance), y no sobre su asimilación consciente. A ello había que sumar la propia experiencia de nacimiento político de aquella generación, marcada en su mayoría por el combate contra el revisionismo. Si este bautismo de fuego puede reivindicarse con orgullo, no es menos cierto que la defensa y asimilación de la LR tendía a estar mediada por las necesidades de la lucha contra los representantes del revisionismo y de la diferenciación respecto de los mismos, más que por las necesidades sustantivas de la clase revolucionaria. La propia juventud e inexperiencia de aquella hornada militante no fue un factor menos determinante. La formación de un cuadro comunista es un proceso vitalicio; lleva años y no se despacha apresuradamente con la aceptación de unas cuantas tesis, como es acostumbrado en el medio ambiente oportunista. En fin, todo presionaba en el sentido de adaptar la LR a las necesidades de reproducción política autosuficiente de cada destacamento y a sus relaciones subjetivas con otras organizaciones de la vanguardia.
Esta presión es propia de la dificultad intrínseca a toda tarea inédita. El desarrollo del proletariado como clase es concurrente con el desarrollo de su conciencia revolucionaria. La vanguardia que reconstituye la concepción proletaria del mundo expresa la forma en que el proletariado eleva su conciencia a las cotas históricamente alcanzadas por su lucha de clase revolucionaria; la clase resuelve esas tareas a través de su vanguardia. Aunque este proceso adopte una forma política ─pues toda lucha de clase es una lucha política─, sus claves y referencias se sitúan en el nivel histórico-universal más elevado, único donde la máxima marxista de la práctica como criterio de verdad se presenta en toda su amplitud y único donde se puede discriminar entre el grano y la paja, lo que también requiere ajustar cuentas con los fundamentos teóricos, ideológicos, del marxismo que hemos recibido. Pero las necesidades de la constitución de un espacio político prepartidario y los agudos imperativos de su defensa empujan en la dirección de elevar el momento táctico a principio, de difuminar la línea entre el expediente táctico y los principios del marxismo. En el espontaneísmo obrerista resonaba el eco del proletariado como sujeto histórico, en virtud de su posición especial en el modo de producción capitalista. Por muy insuficiente que se haya demostrado este esquema, la acción política se remitía, por lo menos, a una cierta universalidad inscrita en un ser objetivo, en una realidad internacional que era la clase obrera en ascenso. Ofrecía una escala, unas coordenadas independientes con las que medir el progreso de la política y la ideología proletarias. Y eso no existe hoy. De otro modo, no habría que reconstituir el Partido Comunista. Y, por no existir hoy, la tendencia es a restringir todavía más el criterio de verdad; la tendencia es a identificar el desarrollo de la ideología y la política revolucionarias no con el desarrollo de una clase universal, sino con el de una organización o destacamento particular (habitualmente, el propio). La tendencia es, pues, al tacticismo y al empirismo político; la tendencia es al subjetivismo y al voluntarismo a la hora de definir y abordar los requisitos para la elaboración de la línea proletaria revolucionaria.
5.
Ya la Nueva Orientación hubo de nacer y triunfar combatiendo la tentación a disolver la sustantividad de la actividad consciente de vanguardia en el movimiento espontáneo, tentación que fraguó como Línea Oportunista de Derecha (LOD) en el seno del Partido Comunista Revolucionario (PCR), allá por los inicios del milenio. El fenómeno de la LOD es la forma acabada del reflejo de la burguesía dentro del comunismo revolucionario en la actualidad. La LOD es a) en general, manifestación de la presión que el viejo mundo y sus usos ejercen sobre la vanguardia proletaria que se organiza para la reconstitución del comunismo; y b) en particular, manifestación de la aristocracia obrera excluida de la burocracia política y sindical oficial.
La nueva Línea Oportunista de Derecha en la historia de la reconstitución ─que sólo es nueva por haberse desarrollado en el seno de un movimiento por la reconstitución que no existía hace 20 años─ se organiza como fracción en un organismo local de la vanguardia marxista-leninista en el verano de 2022. Pero no surgió del deslinde crítico con la LR; no brotó del agotamiento del plan de reconstitución, por así decirlo. Encontró, como sus antecesores, su forma y contenido preparados en la cultura política revisionista dominante: en el plano teórico, eclecticismo; en el plano político, unidad de los comunistas; en el plano organizativo, democratismo y concepción fraccionalista del partido.
Los individuos, para actuar, echan mano de los materiales disponibles elaborados por las generaciones precedentes. Así sucede con los proletarios comunistas que llevan a cabo el Balance del Ciclo de Octubre, de la práctica revolucionaria de su clase. Y así sucede con el oportunismo marxista, también el reconstitucionista, que halla su concepción del mundo y sus herramientas ya hechas en la práctica espontaneísta hegemónica. La encuentra lista para su aplicación, y confirma su verdad en que responde a los hábitos y códigos revisionistas dominantes.
Para la LOD, la teoría revolucionaria no vale nada si no se expresa directamente en resultados políticos inmediatos, si no proporciona réditos palpables y visibles. Como hace veinte años, la primera forma que asumió el combate que la nueva LOD emprendió contra la vanguardia marxista-leninista fue, precisamente, el cuestionamiento del papel estratégico de la formación como base de toda política proletaria en la actualidad. En su táctica y escritos programáticos, la derecha subordinó la teoría revolucionaria a las necesidades que va marcando la lucha por hacerse un hueco entre las ofertas del politiqueo radical ─o, lo que es lo mismo, por hacerse un hueco entre el revisionismo. Absolutizando el aspecto secundario del plan de reconstitución (la línea de masas y la construcción de vanguardia), la derecha llegó a la negación del plan de reconstitución ya en su mismo estreno como grupo de oposición. La formación y la teoría ya no giran, para los fraccionalistas, en torno a “contenidos universales y de vanguardia” (PCR); la (auto)educación de la vanguardia de la clase ya no es el trasfondo general de todas nuestras tareas y línea de actuación (Universidad Obrera). La formación y la teoría pasan a ser definidas en el combate contra el enemigo político concreto. Es decir, constituyen un argumento ad hoc, una respuesta parcial y manufacturada que justifique decir A para contradecir a los que dicen B. Liquidado queda el marxismo como concepción integral y armónica del mundo (Lenin) y, por lo tanto, su reconstitución, pues no se puede ni plantear recuperarlo como un discurso universal, internacional, coherente, con sus problemáticas internas y sustantivas, sino que constará, siendo generosos, de una frankensteiniana suma de las respuestas que un destacamento particular vaya elaborando según el auditorio al que coyunturalmente toque comer la oreja. En sintonía con las concepciones politicistas de los derechistas, el Balance del Ciclo será otra excusa, la elaboración interesada de un discurso adecuado (es decir, adaptado) al público de turno y que se sanciona doctrinalmente con referencias a la historia del comunismo. Un día normal en cualquier oficina revisionista, en definitiva. En última instancia, y extendiendo esta lógica al Partido Comunista, no será la vanguardia quien elabore la línea política de la revolución, sino que serán las masas quienes la dicten.
6.
La Nueva Orientación sistematiza una nueva forma de comprender la revolución proletaria. En esta concepción, contra la cual ya se levantara la LOD del PCR, el elemento medular es la conciencia revolucionaria, su naturaleza y construcción. A lo largo de dos decenios, la LR ha aplicado esta concepción de nuevo tipo a la definición de la Línea General y de la Línea Política de la revolución comunista. Desde los últimos números de la Forja hasta Línea Proletaria, pasando por El Martinete, esta labor de crítica y Balance ha ido colimando en una serie de elementos que expresan nuestra comprensión más elevada de la RPM en la actualidad: el Partido Comunista como su problema fundamental, la Guerra Popular como su estrategia militar universal, la naturaleza teórica del marxismo ─frente a su entendimiento cientificista-positivista─, las ideas de dialéctica masas-Estado y vanguardia-Partido, etc.
Este patrimonio teórico acumulado por el marxismo de nuestros días es, por decirlo de forma apretada, la síntesis de la conciencia adquirida acerca de las condiciones y mecanismos de la revolución en la actualidad. Todo aquel proletario que abogue sinceramente por la reconstitución del comunismo debe asimilar y manejar íntegramente este bagaje, pues es el punto de partida tanto para su desarrollo como para su crítica. Esta amplia producción teórica no suprime el problema de elevar al militante a su comprensión cabal, sino que lo hace más acuciante. Es, de hecho, el principal problema que hemos encontrado en nuestra experiencia de ocho años. Enfrentarse a la vasta extensión del pensamiento marxista y de la práctica revolucionaria proletaria es, sin duda, uno de los principales factores psicológicos que, hoy en día, empujan al militante a contentarse con cuatro eslóganes y una comprensión estrecha del marxismo como filosofía política, en lugar de como toda una concepción del mundo. La teoría y la práctica comunistas acumulan doscientos años de historia, y su asimilación es imposible de despachar con planes de formación rutinarios a cumplir en un plazo breve.
Pero a un sector de la organización le entraron las prisas y la impaciencia. En este brete, la relativamente completa articulación de las ideas clave de la LR ofrecía una apariencia de sistema terminado, listo ya para su aplicación práctica de verdad y para ser corporizado políticamente, así como un asidero para soportar esta época de incertidumbres. Que, al cabo, ya se podían dar por finiquitadas las cosas teóricas y se podía pasar, ahora sí, a la política de verdad, a los verdaderos objetivos políticos y a la verdadera práctica, la buena, la de encuadrar muchas masas y la de “enfrentarnos vis a vis con el revisionismo” ─según la críptica expresión de los derechistas. El escaso grado de asunción de la ideología ha tenido, como contrapartida, que una parte de la organización terminase por contemplar todos aquellos elementos teóricos como la ideología terminada, independientemente del grado de su asimilación y en viva y sentida contradicción con el hecho de que la LR no es la corriente hegemónica en la vanguardia. Y la LOD ─hoy la nueva como ayer la vieja─ se ha explicado esto descubriendo el teoricismo de la LR y su falta de política, de la misma manera que el revisionismo lo había hecho antes que ella.
Por política, los derechistas no se refieren a la línea política del proletariado como clase, a su actuación como partido político independiente, sino a las relaciones de una organización de vanguardia particular con el resto de destacamentos del movimiento comunista. Quiénes son los amigos y los enemigos de la revolución, que en Mao se refiere al problema de las alianzas de clase cuando se ha iniciado el Ciclo de Octubre y el proletariado actúa como sujeto histórico, pasa a ser, para la nueva LOD, un código con el que referirse a las relaciones coyunturales que su destacamento particular establece con otras organizaciones políticas. En la concepción derechista, miope y empirista, la ideología se convierte en mera teoría si no va vinculada a tareas políticas concretas para competir con la organización revisionista subjetivamente designada como el enemigo principal. De esta manera, la teoría revolucionaria ya no es el centro de nuestras tareas ni la mediación fundamental para la construcción de movimiento revolucionario. Tampoco expresa el grado de madurez del proletariado como clase. Es un apéndice, un recurso instrumental de los tira y afloja entre destacamentos de la vanguardia con intereses predefinidos ─los verdaderos sujetos políticos, en los hechos, para la concepción derechista. La LR se convierte en una oferta más, en un abanico de clichés nuevos que, como toda novedad, tienen en principio más gancho para hacerse con una mayor cuota de mercado. Congruentemente, la teoría no se presenta como el primer elemento de deslinde entre la burguesía y el proletariado, entre el revisionismo y el comunismo, sino como una coartada para su unidad: la LOD es la aristocracia obrera radicalizada que encuentra en el marxismo revolucionario un útil novedoso para competir por un nicho en el movimiento espontáneo.
7.
El revisionismo es el oportunismo obrero disfrazado de marxismo; es la línea burguesa que se expresa con terminología marxista. La Línea de Reconstitución se definió originariamente en el combate contra la línea de reconstrucción. La idea de línea de reconstrucción agrupaba una serie de propuestas que, ya en los años 80 y 90, partían de que la clase obrera del Estado español carecía de su Partido Comunista, prácticamente entendido como unidad de los comunistas en torno a un programa político de mínimos donde cupiesen las más variadas corrientes oportunistas (sindicalismo, republicanismo, feminismo, ecologismo, etc.). La noción de que faltaba el Partido Comunista sonaba, en efecto, a marxismo-leninismo ─que se define por poner en primer lugar la cuestión del Partido─ y era, entonces, común a todos aquellos grupos oportunistas. Y es que si el revisionismo no sonase a marxismo no sería revisionismo, porque no cumpliría su papel de embotamiento de la conciencia de los proletarios que desean algo más que la reforma del capitalismo, porque no cumpliría su papel de correa de transmisión de la burguesía en el movimiento obrero más o menos radicalizado. Y que amplios sectores del movimiento comunista hablasen por aquel entonces de recuperar el Partido Comunista no fue, para los fundadores de la LR, un pretexto para definir la reconstitución en función del revisionismo y de propuestas políticas concretas en su torno.
Nuestros derechistas, empero, se han encontrado con que en el movimiento comunista hay sectores, aparte de la LR, que hablan de Balance, de reconstitución del Partido Comunista y hasta de reconstitución ideológica, y ello se ha convertido en viga maestra de su pretendido análisis de la vanguardia. Como son idealistas, juzgan a las clases por lo que dicen de sí mismas y, como son voluntaristas, no han tenido mayor problema en adaptar la realidad a sus deseos e ideas preconcebidas: en las filas del revisionismo ─decían a sus antiguos camaradas─ se da la “aceptación generalizada” de nuestras “tesis políticas” y, gracias a ello, la LR habría barrido con los sectores “ortodoxos” del comunismo, obligándolos a “romper” con su “adscripción a las tendencias ideológicas del Ciclo”. Cómo nadie, ni siquiera ellos, pudo darse cuenta de esto antes sigue siendo un completo misterio.
Con este “análisis”, triunfalista y disociado de la realidad, los derechistas pretendían justificar sus conclusiones apriorísticas, a saber: que lo que toca ahora es dejarse de teoricismo y pasar a propuestas concretas para organizar políticamente a esas masas que militan en el revisionismo y que, según ellos, ya hemos conquistado ideológicamente. Pero, en realidad, demuestran que su concepción de la política es la misma que la común revisionista, propuestas mínimas de unidad para acceder a las masas organizadas por otros. Como la nueva LOD ha surgido en una organización que suscribe la Nueva Orientación, tenía que cuidarse mucho de guardar las formas y no manifestar abiertamente su desprecio por la teoría revolucionaria. Tenía que observar el protocolo y aclarar que si dice que lo que toca ahora son propuestas políticas y no formación es porque, de hecho, el sentido común revisionista ya está en sintonía ideológica con la LR; porque, de hecho, ya se da una “aceptación generalizada” de las “tesis políticas” de la LR. Pero eso no lo hace menos anti-marxista, sino sólo más incongruente; cuanto más pretenden acercarse al marxismo, más se evidencia cuánto se han alejado de él. Porque, por mucho que los derechistas invoquen la lucha y el deslinde de campos, han bastado dos palabras en boca del revisionismo para instarlos a arrojar la bandera y revisar todo el plan de reconstitución ¡y hasta la realidad misma! para justificar vaguedades de carácter, a lo sumo, táctico. Y es que en eso consiste la línea de la unidad de los comunistas.
8.
La teoría de las fuerzas productivas de la II Internacional asumía que el desarrollo de la producción transformaría la conciencia de los hombres en conciencia socialista. El Partido bolchevique la adaptó a la RPM mediante la idea del “modo de producción socialista”. En ambos planteamientos, la transformación de las conciencias es un efecto más o menos automático de la transformación en la base económica. La industrialización era la experiencia más elevada de organización social y, como tal, permitía suponer una forma de conciencia correlativa, superior a los modos de producción naturales y precapitalistas que entroncaba directamente con la construcción de la sociedad comunista. A medida que el proletariado iba agotando esta plataforma histórica y elaborando su propia senda, mayor peso recaía sobre la conciencia revolucionaria como plano de obras del movimiento comunista: se desecaba la potencialidad de un esquema económico-productivo apriorístico que definiese el camino a seguir. Ya no se podía presuponer, como dramáticamente demostró la contrarrevolución en la Unión Soviética, que la aplicación del esquema industrialista bajo dirección proletaria crease conciencia comunista.
Los revolucionarios chinos, conscientes de este problema, situaron el cambio en la concepción del mundo como problema cardinal de las Revoluciones Culturales que periódicamente tendrían que sacudir la sociedad de transición. No obstante, no se rompió con la concepción del socialismo como un modo de producción específico, por lo que aquel cambio siguió entendiéndose, en líneas generales, en los términos de la problemática economicista-estructuralista de ajustar la superestructura ideológica a la base socialista. El pensamiento Mao Tse-tung resumía lo más granado de las conquistas históricas de la RPM, pero se lo presuponía, ya en el inicio mismo de la Revolución Cultural, como el elemento unificador de la sociedad de transición, lo que limitaba seriamente el alcance real de esa transformación en las conciencias. Todo esto impidió plantear el problema del asentamiento e irradiación social de la conciencia comunista y el de su actualización a la luz de la experiencia de la lucha de clases revolucionaria internacional. El corpus ideológico de los revolucionarios chinos ─sumado al subjetivismo y espontaneísmo con el que se lo presuponía patrimonio de las amplias masas─ llegó a ser insuficiente para deslindar los campos con la línea burguesa, que hablaba su mismo lenguaje y tenía tras de sí toda la inercia del aparato estatal y militar. Y llegó a ser insuficiente no por su desajuste respecto a la base económica sino, precisamente, por no poder desajustarla, por no poder ver más allá de ella tal y como se había configurado en la sociedad china de la década de los 60.
Hoy ni siquiera hay un modo de producción socialista que permita pensar en resolver automáticamente el problema de la conciencia, y la experiencia histórica de la RPM nos conmina a plantearlo de otra forma. Si el socialismo no es un modo de producción, no se puede presuponer que la conciencia de la clase se “acompasará” a aquél. No hay ningún elemento inconsciente que traducir a conciencia. Ésta se elabora desde la ciencia y el saber universal. Según el materialismo de la Nueva Orientación, la conciencia es material y el cambio en la concepción del mundo es un cambio radical (Mao). La transformación de la conciencia de la vanguardia implica la transformación de todas sus relaciones internas y de todo el cuadro ideológico y cultural dominante. Es la mediación fundamental que nos permite recuperar el comunismo como faro de la emancipación social y, desde un punto de vista más político, su referencia entre la vanguardia práctica, entre el sector de la clase que está a la cabeza de las luchas de resistencia y hoy piensa y actúa en los términos de las corrientes intelectuales dominantes, burguesas. Y para eso no vale cualquier teoría, ni vale una serie de tesis aceptadas y hasta firmadas en un documento estatutario, porque se trata nada menos que de transformar la forma en que la vanguardia ve, entiende y se relaciona con el mundo y con toda la formación social contemporánea, con la relación de todas las clases entre sí, por emplear la formulación de Lenin. Es decir, se trata de un cambio que apunta a lo más profundo de la cultura y de los hábitos que el mundo burgués imprime en nosotros mismos. Y la rutina es invisible para aquel que está sumido en ella. Adquirir conciencia de ella y liberarse de ella implica, en primer lugar, tomar distancia crítica. Esta distancia sólo nos la ofrece el marxismo-leninismo como concepción integral del mundo, y hoy ya no podemos presuponer ningún maquinismo histórico que nos exima de solucionar esta cuestión en todas las fases de la revolución.
Plejánov dijo aquéllo de que la salud de la revolución es nuestra ley suprema. Por oposición a la rutina y sus automatismos, el atributo de consciente que define la actuación del proletariado revolucionario implica que cada una de sus acciones no se justifica en sí misma, ni en reacción a otra cosa (como el hambre o la opresión política), sino que se debe justificar en aquellos mismos contenidos universales y de vanguardia que constituyen la teoría de la revolución proletaria, la teoría que resume las condiciones y mecanismos de la revolución proletaria. Ésta, en la actualidad, no puede ser presupuesta de ningún modo. No puede ser producto de la confluencia en torno a una serie de tesis o del discurrir espontáneo de la sociedad de clases (incluida aquí la sociedad de transición al comunismo). Por eso la política revolucionaria sólo puede ser cabalmente entendida como correa de transmisión de la concepción comunista del mundo, por eso la única política proletaria posible es una política de principios, y por eso la reconstitución ideológica consiste en que la vanguardia proletaria aprenda a pensar y actuar en términos de principios ─lo que denominamos formación de la vanguardia en el marxismo-leninismo o, desde un punto de vista más político, construcción de vanguardia. Se trata de que los proletarios comunistas se capaciten para pensar la revolución de nuestra época, para proyectar un proceso histórico independiente y original, para asentar esa conciencia como foco de irradiación social que desarrolle la práctica de su clase hasta un grado más elevado sin llegar siquiera a imaginarse que las generaciones anteriores se propusieran o pensaran suministrarles materiales (Marx). Para ponerse, en definitiva, a la vanguardia del desarrollo social y poder dirigirlo.
La derecha se presenta como valedora del aspecto práctico del plan de reconstitución. Pero con su revisión demuestra que, para ella, la teoría marxista son cuatro etiquetas que el revisionismo ya comparte con su “aceptación generalizada”. Ya no es que la ideología se dé por supuesta; es que es una excusa, una coartada para justificar la unidad, para atar a los proletarios comunistas al revisionismo. La LOD puede hablar de ideología, pero para ella esa premisa ya está dada con la “aceptación generalizada” de cuatro tesis; es la base presupuesta de toda su línea de actuación. Y, aunque los derechistas no hubiesen ido tan lejos proclamando su coincidencia con el revisionismo, el asunto no cambiaría sustancialmente: la teoría seguiría siendo un check para pasar a la política de verdad. Por eso no la pueden tener en cuenta a la hora de elaborar sus hojas de ruta y parlotear sobre proponer propuestas. Evidencian así que, para ellos, y contra el materialismo dialéctico, la conciencia no es material y se la puede ignorar al diseñar sus chiringuitos, cubriéndola bajo frases aceptables y generales. No es de extrañar que rebajen escandalosamente la teoría revolucionaria en el momento en que se plantean concretar algo, hasta el punto de que les valen cuatro palabras para celebrar su comunión ideológica con los revisionistas. Y que unos y otros comparten concepción del mundo es una verdad que no vamos a discutir.
9.
Al eclecticismo ideológico le sigue, como su consecuencia, el voluntarismo político. En el planteamiento de la Nueva Orientación, la conciencia “es el centro medular desde el que se construye toda la política proletaria”, y el carácter de clase de una línea política está orgánicamente determinado por la concepción del mundo. La política, para el marxismo, se refiere en última instancia al poder del Estado, a la dirección de la sociedad cuando ésta está escindida por contradicciones de clase. Por eso, cuando hablamos de política, nos referiremos primeramente a las cuestiones relativas a la dirección del movimiento revolucionario en sus distintas fases o a la dirección de la sociedad en su conjunto (cuando la clase revolucionaria detenta el poder del Estado, cuando construye la dictadura del proletariado). Pero la política, como la LR ha insistido hasta la extenuación, no es el ámbito en el que se decide el contenido de clase de esa dirección, su carácter burgués o proletario, reformista o revolucionario, sino que depende de unas premisas previas, tanto lógica como históricamente.
Para los derechistas, la cuestión de la concepción del mundo, su construcción y su naturaleza de clase (burguesa o proletaria), es irrelevante a la hora de diseñar sus tinglados. Naturalmente, no van a encontrar ningún vínculo concreto entre la ideología y la política. Ésta se sustancia entonces como una instancia independiente. Llegan, con plena coherencia, a hablar de una “política reformista” y una “política comunista” como un hecho dado, como un punto de partida que a posteriori se justifica teóricamente, como un fait accompli del proceso social contemporáneo e independiente del estado del sujeto revolucionario ─hoy determinado por la derrota y la crisis. Se trata de la tesis espontaneísta que afirma el carácter revolucionario de la marcha espontánea de la lucha de clases bajo el capitalismo.
Y es que, por lo que respecta a este problema, la tesis del Ciclo cerrado significa que el proletariado no actúa como clase, significa que no actúa como partido político, significa que no hay ningún actor social que encarne una “política comunista” y que pueda ser reconocido como tal. Lógicamente, no puede haber política si no hay un actor que la aplique. De presuponer la ideología revolucionaria se llega muy fácilmente, pues, a presuponer que el portador de la misma es el destacamento propio, de forma independiente de toda la correlación entre las clases ─cosa tanto más fácil cuando la teoría revolucionaria ha sido sustituida por eslóganes porque no se sabe pensar en términos de clases sociales. La práctica revolucionaria como criterio de verdad deja paso entonces a la fidelidad feudataria como certeza de virtud; la militancia, a las relaciones personales y el compadreo como bases de la construcción política; el dirigente revolucionario, al pastor; la política revolucionaria, a la maniobra tacticista.
En una de sus hojas parroquiales, los derechistas se quejaban de la “abstracción”, “vulgaridad” y “unilateralidad” de la concepción marxista de la política. Ellos pretendían “concretarla”, como decimos, decretando la existencia de una “política reformista” y una “política comunista” al margen de cualquier consideración y del estado del movimiento obrero. Y para que esta “política comunista” pueda darse por existente en todo momento y pueda englobarlo todo, desde la actividad de cualquier grupúsculo de vanguardia hasta la dictadura del proletariado, han resumido su concepción de la política revolucionaria en una frase extractada de Trotsky y el leninismo: “influir en los acontecimientos como tales.” La política revolucionaria concreta, que la derecha ha venido a rescatar de las garras de los teoricistas, consiste en hacer cosas. A semejante abstracción genérica, aplicable a cualquier clase, partido y secta de la historia, pueden añadir todas las muletillas que quieran; pueden jurar en nombre del “marxismo”, de la “acción consciente” y hasta del “análisis concreto de la situación concreta”, pero eso sólo demuestra que no pueden decir nada determinado acerca del contenido de ese marxismo y de esa conciencia… más allá de la “aceptación generalizada” de un puñado de tesis. Demuestra que, sencillamente, son ellos quienes conciben la política como una abstracción, como la simple necesidad de dirigir, sin poder contemplar siquiera el contenido de clase de esa dirección ni su (re)constitución. La teoría revolucionaria se reemplaza con voluntarismo, pues su concepción del mundo es incapaz de despersonalizar su propia actividad y universalizarla, amarrada como está a su personal e intransferible hacer. Es lógico que lo único que viesen en las críticas de sus antiguos camaradas fuesen injurias y difamaciones personales, y que todas sus propuestas a la vanguardia marxista-leninista consistiesen en… proponer propuestas. Es lo que tiene la posición, burguesa e individualista a cuenta cabal, de la crítica subjetiva parodiada por estos.
10.
Puesto que para la LOD la política lo es todo, todo es política, todo se resuelve en términos políticos y la simple invocación del hacer basta y sobra para exorcizar las abstracciones teoricistas. La “filosofía de la acción” de los derechistas, voluntarista y subjetivista, no es más que la formalización escolástica de la línea de la unidad de los comunistas, que resaltará en todas partes la unidad y, a ser posible, la unidad en torno a la práctica. La concepción del mundo se despacha con frases tranquilizadoras y “generalizadas”. De esta manera, los derechistas no pueden ni plantearse la dirección, el sentido, que su “influencia” imprime “en los acontecimientos como tales”. Están obligados a presuponer que, con tal de que el “acontecer” sea “influido” por su presencia, el proceso se dirigirá al comunismo. Por eso la definición de la teoría revolucionaria e incluso el contenido de sus propositivas propuestas son completamente irrelevantes; no saben ni necesitan decir nada concreto acerca de ellas porque la ideología y la política comunistas ya están dadas por supuestas en el hacer e influir de los derechistas. Es el mismo practicismo contra el que se ha forjado la LR. Todo queda disuelto en una pseudo-actividad que ha sido despojada de cualquier atributo político, clasista o consciente. Sucesos que se suceden sucesivamente: ésa es la concepción empirista y espontaneísta con la que la nueva LOD ha resumido su concepción del desarrollo social y con la que pretende pensar los problemas prácticos del movimiento revolucionario.
Con ello no sólo han liquidado la tesis del Ciclo y la reconstitución ideológica. Dado que han disuelto todo el proceso revolucionario en el continuum de la política, de ese hacer cosas como tales, la misma reconstitución del Partido Comunista termina siendo liquidada como un evento coyuntural más. Es un checkpoint formal dentro de una evolución cuantitativa de lo mismo, de la política, y no un salto entre dos formas cualitativamente distintas de actividad. La diferencia entre los períodos anterior y posterior a la reconstitución del Partido es, en definitiva, de escala, de la extensión de esa política que se define siempre y en cualquier momento por el mero hecho de actuar bajo determinadas consignas.
11.
El mandarinato derechista expulsó a los militantes críticos con sus cabecillas, prohibió a sus bases el contacto con nadie fuera de los espacios que controlaba personalmente y formalizó su fracción mediante Conferencias-farsa montadas sobre la ocultación de documentos, realizadas a espaldas de la organización y con las que comprometió a la militancia de su circunscripción en su rueda de molino. Cuando la línea proletaria rompe el cordón sanitario con el que encapsularon a sus militantes y les hace llegar los escritos y propaganda de la mayoría revolucionaria, la jefatura derechista recomendó no perder el tiempo leyéndolos. En definitiva, engañó y mintió a la militancia. La nueva LOD llamó a esto “fiscalización de la comprensión”. Traducido del lenguaje del burócrata revisionista al castellano, esto significa asegurarse la fidelidad personal de la grey antes de dar un solo paso, comprometer a la gente en empresas peregrinas mientras se le oculta qué está firmando y se la va predisponiendo, a base de cotilleos y mentiras, contra el enemigo político del momento (la vanguardia marxista-leninista).
Aquí tan responsable es el que enreda como el que se deja enredar. Y que autodenominados comunistas se dejen engañar de esta manera habla peor de nosotros que de ellos. Uno de los retos más complicados que el proletariado debe resolver en la actualidad es el de su auto-educación, el de su instrucción en la ciencia (Bildung und Wissenschaft) y el de la organización social del Balance del Ciclo. No sólo se trata de que una clase definida por el trabajo manual y parcial se eleve a las alturas intelectuales que requiere la revolución proletaria. Es que, además, esa elevación debe acometerla ella misma con sus propias fuerzas, lo cual es verdaderamente inédito: hoy, al contrario que en la preparación del Ciclo de Octubre, no existe ese fenómeno social de la intelligentsia burguesa desclasada que elabora la teoría revolucionaria desde fuera del movimiento obrero. Es algo que tenemos que organizar nosotros mismos. Pues bien, el triste papel desempeñado por las bases militantes de la derecha en toda esta farsa habla, como decimos, peor de nosotros que de ellos, porque significa que fracasamos a la hora de enseñar a aprender, fracasamos a la hora de alentar una visión crítica del mundo, fracasamos a la hora de inculcar al militante su responsabilidad para con el comunismo y el marxismo-leninismo. Permitimos que se formase semejante cultura en una organización local de una línea que pone en primer plano la dimensión del marxismo como concepción del mundo y la necesidad de reconstituirlo como discurso integral y coherente, sin dogmatismos ni personalismos. El Balance terminó por ser, a ojos de una parte de la organización, responsabilidad de los de arriba, y no el eje de los organismos que deben movilizar y organizar a la vanguardia teórica. La LOD representa lo peor de nuestros errores, representa al militante mediocre, autosatisfecho, que no llegó a ver en la LR más que otra opción política, una identidad más en el mercadillo de la política radical; representa al militante que no asumió el compromiso vital, personal y existencial para con la fundamentación científica, materialista, racional y rigurosa de la revolución, al militante arribista que siempre tiene una respuesta para todo y para todos pero que, a su vez, no pierde el tiempo en esclarecer los problemas teóricos, ni ante los demás ni ante sí mismo.
“El Comité por la Reconstitución ni se ha preocupado por reglar el estudio colectivo de sus publicaciones: ¿qué debemos estudiar, cómo, por qué y con qué objetivos?”, escribieron los derechistas en su fracasado programa electoral de oposición. Pocas condenas más contundentes que las propias palabras de estos políticos, que se jactan de curtidos dirigentes pero que sollozan porque nadie les dice qué tienen que leer, qué tienen que pensar y cómo tienen que estudiar… ¡las publicaciones de su propia organización! Ésta es la escuela en la que los demagogos y los liberales instruyen a la vanguardia. En lugar de educar al militante comunista en el cultivo constante de sí mismo, en el odio a las tinieblas de la ignorancia, en el hambre de aprender y de saber, en la auto-formación y la autonomía intelectual, en el estudio riguroso y sistemático de las publicaciones de su propio partido, al cual supuestamente representan; en lugar de todo eso, decimos, han erigido un monumento al conformismo y la molicie, al pensamiento guía y a la pereza mental. Todo para ganar un argumento.
El militante comunista se separa de la ideología comunista. La “fiscalización de la comprensión” es, para los derechistas, lógica y necesaria: dado que el militante ha sido privado del conocimiento y del contacto con la ideología revolucionaria y la realidad, su único criterio es la simpatía personal. Que esto haya sucedido en la organización de la vanguardia marxista-leninista sólo puede ser un aliciente para elevar la exigencia para con la formación teórica. No hay mejor seguro contra la formación de clientelas y las aspiraciones arribistas.
12.
En el plano organizativo y en su combate contra la vanguardia marxista-leninista, la dirección derechista aplicó coherentemente sus concepciones. Lo que importa es que el grupito de los cabecillas derechistas tenga derecho a organizarse por su cuenta en base a sus ideas, intuiciones y voluntades y los demás deben amoldarse a ello y consentirlo. Y, si hemos de coincidir, será en torno a programas mínimos de acción para “aislar” y “derrotar” al percibido enemigo común. Lo que importa aquí no es el progreso de las ideas revolucionarias, sino el federalismo y el democratismo del peor tipo, que la mayoría se adapte a mi minoría, a mis ideas, a mi derecho y a mis ritmos. El partido deja de ser independiente y no puede dar un solo paso sin pedir permiso a cada una de sus partes constituyentes o a los representantes de éstas (y ése era el centralismo de papel que anhelaban los cabecillas de la nueva LOD). Y, mientras tanto, hablamos de ir hablando, aunque no hablemos el mismo idioma.
Con la negación práctica de la concepción proletaria del mundo, con su amorfismo y con su negación del principio del sometimiento de la minoría a la mayoría, la fracción derechista liquidó el centralismo democrático como principio organizativo del proletariado revolucionario. El centralismo democrático es la forma en que el proletariado se organiza en torno a la concepción revolucionaria del mundo y elabora la táctica partidaria desde la relación de todas las clases entre sí. Los distintos organismos de la organización leninista aplican esta línea, son sus correas de transmisión. Pero no son, de ningún modo, los sujetos jurídicos sobre cuyo acuerdo se elabora aquélla. La línea ideológica y política se elabora sobre la base del Balance, de la ciencia, del análisis crítico, y la democracia no pinta nada ahí. Por eso la ideología, el bagaje teórico acumulado por la LR, y la táctica partidaria son el elemento centralizador, el elemento unificador que el militante tiene la obligación de estudiar, conocer, defender y vigilar como primer deber partidario. Sólo partiendo de este momento central, de vanguardia, entra en escena la democracia, que no tiene otro contenido que la incorporación de las masas para elevarlas a esa posición por todos los medios. Se trata de capacitarlas para participar en la definición de la línea ideológica y política y en la dirección de su partido. Esta dialéctica se concreta en lo que Lenin denominaba sistema de eslabones, que se estructuran en torno al nivel de conciencia de cada sector de la clase y aseguran la vinculación de la vanguardia con las masas al tiempo que elevan sistemáticamente ese nivel.
Con su concepción liberal y martovista-menchevique de la organización de vanguardia, la LOD ha sustituido la concepción leninista del sistema de eslabones por el amorfismo del así llamado “campo de la reconstitución”, de la casa común de distintas sensibilidades y tendencias de organizaciones soberanas con intereses predefinidos, que confluyen mediante acuerdos entre camarillas y programas mínimos de unidad de acción al margen, y por encima, de la teoría revolucionaria. Dado que la ideología y la lucha de clases han sido despojadas de su lugar como guía de la articulación de las relaciones entre los distintos sectores del proletariado ─es decir, como guía de la construcción partidaria─, todo el asunto queda circunscrito a los mezquinos rifirrafes por el lugar que sus miembros ocupan dentro de un armazón burocrático diseñado al margen de la clase y sus necesidades en la actualidad: la concepción leninista del partido como suma de organismos es sustituida por la concepción organicista del partido como suma de individuos. Es lógico que los derechistas comenzaran la demolición del plan de reconstitución cuestionando el lugar estratégico de la formación, pues la elevación del militante al nivel conquistado por la línea revolucionaria es antagónica con su concepción del partido, el cual debe rebajarse al nivel del militante de retaguardia y amparar, en nombre de la democracia, sus pretensiones a condicionar toda la vida del partido en base a ocurrencias y problemáticas ajenas al punto alcanzado por la concepción revolucionaria del mundo en la actualidad.
13.
Tal es el papel objetivo que desempeña la LOD en la vanguardia: el de abogado de la casa común de la reconstitución, del “campo de la reconstitución” en el que cabrá cualquier “huelguista” que invoque el nombre de la reconstitución o del Balance, donde cabrán distintas sensibilidades, distintas organizaciones soberanas que, amparadas en diferencias de matiz, no rindan cuentas ante nadie y gustosamente se enreden en programas de acción conjunta que establezcan “tareas políticas concretas” para “aislar y derrotar” a sus “enemigos políticos” comunes. Como en su momento el FRML o Vientos de Octubre, la función de la fracción derechista y de las sucursales que salgan de ella será atraer a todos aquellos que flirtean con la reconstitución pero se niegan a asumir el compromiso vital y militante que ésta exige, desvirtuándola, guardándose su soberano derecho a la autocomplacencia y adaptando la reconstitución a sus prejuicios sindicalistas, feministas o de cualquier otra índole. Es decir: el único papel que puede cumplir la LOD es el de amarrar a la izquierda del movimiento comunista, ahogar los brotes rojos, impedir que rompan consecuentemente con los viejos dogmas y formar un tapón, una primera trinchera contra la reconstitución del comunismo amparándose en el amorfismo de la libertad de crítica y del “campo de la reconstitución” (o del “reconstitucionismo”, quizás). Y esto será necesariamente así porque la vanguardia marxista-leninista es su “enemigo político concreto” a batir, contra el cual la LOD y sus retoños habrán de convocar a vacilantes, indecisos, oportunistas, despistados y demás pobladores de la charca. Todo ello mientras se arrastran extemporáneamente detrás de las conquistas y logros de la reconstitución, reivindicando un legado del cual han renegado y que han liquidado allí donde han llegado sus zarpas.
14.
Con el surgimiento de la nueva LOD se cierra una etapa; a saber, la de la primera gran eclosión de la LR, que abarca poco más de un decenio (2011-2023). Con la ventaja de la perspectiva histórica, y desde un punto de vista objetivo, podemos subdividir esta etapa en tres periodos principales:
Primer período (2011-2014): auge y extensión, con la proliferación de círculos de propagandistas que provienen del revisionismo y aceptan la LR. Cambio en la dimensión de la reconstitución, y cambio también en la dimensión de las tareas formativas y educativas de la vanguardia marxista-leninista, que puede plantearse construir su espacio y transformarse en una magnitud política operativa.
Segundo período (2014-2018): compactación y consolidación de ese espacio. Organización común en torno al Balance del Ciclo de Octubre y la aplicación de la táctica partidaria. Círculos derechistas y conciliadores que pretenden usurpar el lugar de la LR ─tipo FRML, Vientos de Octubre o la antigua UCCP─ son barridos del mapa. Se desbroza el monte, y Línea Proletaria llega a ser el único órgano reconocido por todos aquellos que se adscriben a la LR.
Tercer período (2019-2023): crisis y lucha por la vida. Prosigue el desarrollo del Balance y de la táctica partidaria, pero se da simultáneamente un notable estancamiento militante. Creciente desfase entre las conquistas ideológicas de la LR y su articulación político-organizativa. La formación de cuadros empieza a aparecer como la principal asignatura pendiente del momento. Hacia fuera, la LR deja de estar de moda. El período de sobre-excitación deja paso al período de decepción por la supuesta falta de resultados tangibles y concretos. Amigos circunstanciales van abandonando el barco para irse a su casa o para abrazar credos que coticen mejor en bolsa. Todo confluye en la formación de una Línea Oportunista de Derecha perfectamente definida en su fisionomía y sus certezas, que emprende un ataque visceral contra su organización y contra el Comité por la Reconstitución, reconocido hasta antes de ayer por los cabecillas sediciosos como única autoridad ideológico-política. Finalmente, victoria de la línea proletaria que, al contrario que hace veinte años, pudo ganarse a la mayoría de la organización y lograr la derrota y fractura de los derechistas.
15.
Nos hemos referido al último período de nuestra experiencia política como crisis. Pero la crisis del comunismo es el telón de fondo permanente tras el cierre del Ciclo de Octubre. La tendencia dominante es hacia la desviación de derecha, hacia la liquidación de la independencia del comunismo y su adaptación a los marcos, certezas y ritmos de la burguesía y sus lugartenientes en el movimiento obrero. La línea programática y práctica de la LOD recoge toda la parafernalia ideológico-política revisionista en combate contra la cual se fraguó la LR, y demuestra hasta qué punto ha sido formal la aceptación de la reconstitución en nuestras propias filas: ha sido suficiente una crisis para la reedición, en clave reconstitucionista, de todos los clichés del revisionismo y de una línea liquidacionista terminada.
La formación de la vanguardia comunista es la tarea principal. Nuestra experiencia refrenda que aprenderse un puñado de tesis de memoria es insuficiente. El oportunismo, honesto o no, se presenta bajo formas nuevas a cada paso. Que la vanguardia sea el elemento determinante de la revolución proletaria significa que debe prestar particular atención a sí misma, pues cualquier tentativa de transformación del mundo y de la clase está mediada por ella, por su constitución interna y su cosmovisión. Nuestra organización fue capaz de aplastar a la LOD, pero no es menos cierto que ésta brotó de su seno en forma terminada. Ningún fenómeno social, por pequeña que sea su escala, se desarrolla completamente de la noche a la mañana. Requiere, por el contrario, de un período de incubación, en el que los errores se van convirtiendo en tendencia, la tendencia en desviación y, finalmente, ésta da el salto a línea terminada, que en este caso se presentó como fracción. Independientemente de las circunstancias objetivas que presionan en la dirección seguida por la camarilla derechista, la LOD expresa hasta qué punto la ideología proletaria fue perdiendo su lugar en la edificación de la organización comunista y se vio sustituida por el rutinarismo y la falta de vigilancia revolucionaria.
Una vanguardia que no se sabe anticipar a los problemas antes de que estos se desarrollen al completo no está a la vanguardia. Pero esto no es un problema exclusivo de la vanguardia-marxista leninista; no es, por así decirlo, un problema político. Es un problema histórico, y la LR no existe al margen de la vanguardia comunista de nuestro tiempo, sino que forma parte de ella. La LOD, y los errores que condujeron hasta ella, expresan el problema universal de la inmadurez de la vanguardia en el interregno entre dos Ciclos revolucionarios, su incapacidad para pensar y ver el mundo en los términos del marxismo y del programa histórico independiente del proletariado. La LR no es, como hemos insistido, ajena a este problema, que hace época. Participa de él, responde a él y es el medio para resolverlo. El Balance sigue siendo la principal herramienta para elevar el marxismo a la altura de la experiencia revolucionaria alcanzada por nuestra clase, y la propaganda sigue siendo la primera tarea práctica de los comunistas. La formación de la vanguardia teórica en el marxismo es la clave de bóveda para capacitar al comunista para pensar y dirigir la revolución, para elevarlo a la altura intelectual que requieren aquellas tareas. La LOD no hace más que revalidar la táctica-Plan de reconstitución, la Nueva Orientación, pues su propia existencia como grupito salido de nuestra organización obedece a que no hemos puesto los medios colectivos adecuados para promover esa elevación, ya sólo en el seno de la vanguardia marxista-leninista tras el cambio de dimensión en la reconstitución. Hoy como hace dos décadas, la lucha contra la LOD y contra las sucursales que inaugure entre la vanguardia no es un escollo en el camino, sino parte de la batalla, que abarca toda nuestra época, por la Nueva Orientación y por la recuperación del marxismo-leninismo como referente de la emancipación social. Combatir a la burguesía empieza por disponer todos los medios ideológicos, políticos y organizativos para luchar contra las certezas, rutinas y hábitos espontáneos que el viejo mundo impone a los comunistas, pues no otra cosa es el revisionismo. En eso consiste la reconstitución ideológica. Es una revolución cultural sin la cual nuestra clase no puede acometer las tareas más elevadas y exigentes que le esperan en la senda de la emancipación.
Comité por la Reconstitución
Abril de 2024